domingo, 19 de abril de 2020

Capítulo 10. El psícope
















LA VISITA AL DOCTOR VON HACKEN

Nunca debió convencerme Von Bruck para ir al médico. Cuando entré en la consulta me intranquilizaron la bata blanca del doctor Von Hacken,  un cráneo pisapapeles sobre la mesa, un viejo tintero junto a la salvadera, el armario de madera de caoba en el que decenas de cajas de colores se amontonaban desordenadamente, la tela roja que tapizaba las paredes, la auscultación, el expectante solemne silencio, un difuminado olor a formol y una reproducción de la “Lección de anatomía” de Rembrandt junto al juramento hipocrático. Todo me descomponía, jugaba en campo contrario en un escenario desagradable.

Acabaron por derrotarme las mágicas palabras en labios del hechicero: síndrome, reacción, diagnóstico, equipo quirúrgico, quirófano, tripanosoma, sífilis. En la partida de ajedrez de la consulta médica, siempre te derrotan los alfiles de las mágicas palabras y el tablero escenario.

Von Hacken intentando tranquilizarme, se dirigió a mí y me preguntó cómo me encontraba y qué sentía.
Comenzó así una extraña entrevista entre dos inteligencias distintas que hizo imposible la comunicación:
-         Doctor, estoy a medio camino del psícope. Ha comenzado la metamorfosis.
-         ¿Del psícope?
-         He ido progresivamente mejorando mi dieta alimenticia, y observo que mi cabeza se hace cada día más voluminosa…
-         ¿Más voluminosa la cabeza?
-         Mis piernas han menguado algo y parecen aproximarse como signo de unión en un solo músculo impulsor. Apenas duermo, siento una progresiva parálisis que, a veces, me hace caer al suelo.
-         ¿Parálisis progresiva?
-         Creo, doctor, que soy el primer hombre que se está transformando en psícope. He modificado mi sistema de nutrición hasta reducir al mínimo el aparato digestivo. En poco tiempo, seré el primer hombre reducido a un cerebro auxiliado por un músculo locomotor.
-         ¿Y cómo cree que se desarrollará ese órgano locomotor?, preguntaba Von Hacken mirando por encima de los redondos lentes.
-         Será a modo de serpiente puesta en pie. Toda la cabeza irá dentro de una sobrecabeza protectora. Ya noto en la espalda un duro caparazón y el nacimiento de una capa quitinosa en el cuello.
-         ¿Capa quitinosa en el cuello? Seguía anotando en un cuaderno negro.
-         Todos deben saber que el hombre es un embrión de psícope, un ser que dista tanto  del hombre como del hombre mosca.
-         ¿Embrión de psícope?
-         El psícope es semejante a un globo de color, en el que el cerebro es un órgano puro de percepción con un solo sentido que los resume todos y que participa más de la vista que de los demás.

Von Hacken, que ni remotamente podía comprender mi tranformación  en psícope, después de una hora de espera se acercó a Von Bruck, le dio un detallado informe y en voz baja le dijo a mi amigo: Que lo ingresen.

Salí huyendo después de arrebatarle el informe a Von Bruck. El informe decía:
El agente causal de la enfermedad de don Ángel Ganivet García es el Treponema pallidum, que  se ha ido incubando en tres etapas: En la primera, a un mes de la infección, la sífilis primaria se manifestó con toda seguridad en forma de adenopatía (inflamación de los ganglios linfáticos), que curaría en dos semanas. La sífilis secundaria debió aparecer a los dos meses, en forma de pseudogripe, pérdida de peso y adenopatías. Un exantema cutáneo maculo-paular  tuvo que cubrir su cuerpo durante este tiempo. Tardaría en curar varias semanas que debió de comunicar a su familia, según deduzco. Esta sífilis latente y de baja expresividad clínica ha alcanzado ya la sífilis terciaria. Debió de aparecer diez años después de contraer la enfermedad y ha degenerado finalmente en neurosífilis, que es la que ha provcado la atrofia muscular y la evidente demencia.

 Después de recorrer la ciudad, solitario entre tanto abandono, volví a casa.
Tengo ahora conciencia clara de que todos están contra mí, de que todos siempre habían estado contra mí: Menéndez Pelayo, Valera, Lázaro Bordón, Enrique Soms, Antonio Rubio, Julio Apraiz, Juan Gelabert, me perjudicaron en la oposición a la cátedra de Griego de la Universidad de Granada y favorecieron a  Alemany. El cónsul de Amberes, tateso oficial, quiso responsabilizarme de  los delicados asuntos financieros que el canciller organizó en su provecho.

Mascha me ignora y Amelia, que manchó mi nombre manteniendo relaciones con Jaime Bosch, me perjudica. Ahora Von Hacken me condena a muerte y habla en voz baja con von Bruck de trepanoma pálido.

Nadie ha entendido que mi metamorfosis es la primera que va a conseguir que una estudiada alimentación material y espiritual conduce al primer psícope.
Todos están contra mí y tengo pruebas de que pretenden envenenarme.
Inicié mi progresivo plan de alimentación espiritual en Amberes. Comencé a evitar la cerveza, comía pan de centeno, coles, apios, frutas, leche y huevos, evitando siempre la carne.
Sigo los consejos de Kucipp, que curan toda enfermedad con el agua. Desde entonces acostumbro a lavarme con agua fría, aun en invierno, y me visto sin enjuagarme.
En Brunsparken bebía dos litros de leche, que es muy buena beberla a todo pasto , tomaba huevos y café, salchichas, frutas y galletas. Últimamente me alimentaba de pan, leche, huevos, coles y ensalada, y me iba muy bien.

Estoy consiguiendo ser el primer psícope gracias a la dieta alimenticia y a cinco años de pitagórico silencio.
Los esquemas geométricos de los pitagóricos no eran realmente más que fragmentos de esqueletos de ideas o sensaciones, que en superior composición marcarán el tipo futuro de los nuevos seres y señalarán el camino que han de seguir los hombres para transformarse en tipos más perfectos y variables.

Hay que espiritualizarse geométricamente, pues el hombre actual carece de condiciones para la vida espiritual, y lo que hay que hacer con él no es destruirlo, sino utilizarlo para sacar en el provenir un ser más noble. Por todo esto yo no soy, sino un anántropo; el anarquismo y todo lo que sea destruir me parece una estupidez, de aquí que en política, aunque no he sido político, sea absolutista en mi fuero interno.

La anantropía, no porque sea concepción de un modesto funcionario, deja de ser una idea hondamente trascendental y llamada a destruir todas las tendencias revolucionarias exteriores en que los hombres se entretienen, por no saber hacer otra cosa.

Hay una verdadera revolución, la de un hombre solo que obra sobre el espíritu de otros hombres. Esto se puede conseguir por medio de inventos psicológicos y, como dije antes, por modificaciones graduales del régimen nutritivo.

Si yo tuviera empeño, no me costaría mucho demostrar que la mayor parte de las cosas que comemos son verdaderas porquerías.
Sería más limpio, más cómodo y más sano, cambiar la actual alimentación por mi genial invención: el alimento químico. Esta revolución, que estoy seguro que ha de suceder para bien de la humanidad, ha de ser obra de los farmacéuticos. Si a un boticario se le ocurriera componer pastillas concentradas en las que se contuviera la alimentación completa del hombre, pasaría quizás por inventor extravagante, pero habría cambiado la condición humana, mejorándola hasta un extremo inconcebible: una pastilla representaría igual cantidad de sustancia nutritiva que los cuatro o seis platos que nos sirven en cada comida y no esto sólo, sino que habría pastillas de diversas clases, según la edad, el temperamento o estado de salud de quien las consume, de suerte que el alimento, además de nutrir, curaría las enfermedades o impediría que se presentasen; y, por último, las habría para distintos paladares, de modo que fuera más fácil y grata la deglución.

El manántropo, que así se llamaría el nuevo alimento, cambiaría la condición humana, porque se habría hallado en un producto nacional de valor fijo, y así como el metro es una medida constante mientras subsista la Tierra como hoy es, así el manántropo, ‘la unidad de alimentación química’, tendría su fundamento en nuestra naturaleza y sería la base de todas las relaciones entre los hombres.

El Estado podría así sustituir todos los recursos económicos con que hoy se sostiene por el monopolio de la alimentación; sería propietario de la tierra y de todas las materias primas nutritivas, que poco valor tendrían, porque habituados los hombres a la nueva alimentación desdeñarían la antigua y grosera; del mismo modo que hoy se gastan su dinero en casa del sastre y no quieren vestirse de pieles, hojas o plumas como los salvajes.

Pero lo más importante sería que, creado un producto de valor humano, nacería la moneda humana, ‘la moneda alimenticia’, representada realmente por las pastillas que el gobierno llegaría a fabricar en sus laboratorios y fiduciariamente por créditos alimenticios, pagaderos en especie, con  los que cubriría todas sus atenciones.

Habríamos, con ello, resuelto la ‘cuestión social’, de la que tanto se habla y que sin el medio que yo propongo no tendrá arreglo jamás.
La sociedad tendría como misión primordial la alimentación de todos los asociados y se realizaría la verdadera igualdad humana, porque la desigualdad no está en que unos valgan o posean  más que otros, sino en que unos tengan asegurada una excelente nutrición mientras otros viven mal comidos y con la zozobra natural de quien no tiene más recursos que los diarios y puede verse privado de ellos.
En cuanto todos los hombres tuvieran asegurado el alimento, ¿qué diferencia habría entre el que sólo gana para vivir y el que acumula riquezas y reúne créditos alimenticios para muchos años?
El que acumula créditos alimenticios podría vivir en la ociosidad como recompensa de trabajos anteriores, sin privar a los otros de los medios indispensables para la vida.

Todo aquel que no pudiera vivir de su trabajo libre, de las mil profesiones que hoy conocemos y de las que aparecieran más adelante, tendría siempre una puerta abierta: ponerse al servicio del estado y contribuir a la producción de valores alimenticios, en los que no habría límites, pues cuanto se produjera sería utilizado por la nación, o por otras naciones que cambiaran por estos productos los de sus industrias, ni más ni menos como hoy.

Asimismo el  Estado subvendría a la nutrición de los niños hasta la edad en que el trabajo fuera posible; el crecimiento de la población sería maravilloso y la situación de la mujer cambiaría radicalmente, puesto que el vasallaje al hombre, que la tiene sometida, no se basa en la inferioridad de la mujer, sino en la necesidad en que esta se ve de ligarse para asegurar la existencia de la prole.

Habríamos acabado con dos odiosas palabras, tuyo y mío, el día en que todas las cocinas particulares se fundieran en una cocina universal, que no sería cocina, sino laboratorio, y no uno solo, sino varios en los diversos centros de producción. Cuando los gobiernos cuidaran de la alimentación cierta, uniforme y científica de todos sus gobernados, se evitaría el triste espectáculo de nuestras luchas por un mísero pedazo de pan. Se habría logrado, al fin, un mundo feliz y toda la humanidad podría gritar entonces: ¡Viva la anantropía! ¡Viva el anántropo! ¡Viva la moneda alimenticia!

Todos podríamos dormir con la conciencia tranquila, pues se habría acabado con el hambre en  el mundo, y los hombres podrían entablar combates más nobles por cosas del espíritu, que por no estar sujetas a medida, permiten a cada cual subir tan alto como se lo consientan sus facultades naturales y su aplicación.

Amontono desordenadamente las revistas y periódicos que me mandan de España: algunos ejemplares de El Acabose, semanario de humor negro, un ejemplar de El Almanaque de las Provincias, revista valenciana regionalista; muchos números de la revista Blanco y Negro; el último número de El Diario Ilustrado; todos los periódicos recibidos desde la redacción de El Defensor de Granada; números sueltos de El Globo, El Liberal, El Imparcial, El Progreso, El Veloz Sport; un interesantísimo número de Vida Nueva, en donde en un artículo titulado ‘Aboguemos por la paz’ del 12 de junio de 1898 se critica duramente la guerra del 98; y los números que mi amigo Navarro Ledesma me envió del semanario Revista Moderna, centrados casi exclusivamente en la guerra con los Estados Unidos de América.

Dios debe manejar así la historia de los hombres. Disponer de todos los datos desde una situación privilegiada, atisbando el pasado con una mirada de conmiseración, con una bondadosa sonrisa ante los inmensos errores, y conociendo el futuro, pues se hizo igualmente pasado. Dios dispone de toda la prensa, hasta incluso la que ha de escribirse.

La facilidad de manejar el destino y a todas las criaturas, como en un juego infantil y revisar la historia del mundo, nuestra propia historia con  la seguridad del dueño del hilo ordenador, es realmente posible. Yo mismo, ahora, situándome en 1895, soy igualmente divino por tres años.

Los nombres se mezclan en mi cabeza. Los buques de la Armada española ‘Oquendo’ y ‘Vizcaya’; José rizal, dirigente del movimiento filipino; Romero robledo, defensor de la política española del general Weiler en Cuba; el almirante Sampson, comandante en jefe de la escuadra norteamericana; Silvela Tampa; el comodoro Scheley; Segismundo Moret; el vapor Montserrat llegando al puerto de Cienfuegos; Jhon T. Morgan, senador de Alabama, decidido partidario de la intervención en Cuba y Filipinas; el cónsul en La Habana, míster Lee; Martínez Campos; Eduardo Dolz; Eliseo Giberga; George Dewey; James D. Cameron; Emilio Aguinaldo, líder de los filipinos insurrectos; Ramón Blanco, capitán general de la isla de Cuba; el inoportuno patriotismo de los Jingos…

¡Ah, los patriotas!
El patriotismo debería consistir en trabajar calladamente hasta que fuésemos una nación formal y capaz de imponer respeto a los que hoy por hoy nos paran cuando quieren con un pedazo de papel. Por desgracia, los españoles tenemos concentrada la fuerza en la lengua. Siempre me ha dado mala espina la patriotería de cuartel, pues creo que los verdaderos patriotas se contentan con cumplir obligaciones y pagar, sobre todo, dejando al gobierno el cuidado de gobernar bien o mal.

El cincuenta por ciento de los periodistas que escriben hoy con ánimo belicoso deberían estar en presidio por lo menos.
Además de que no estamos preparados para nada y aun estándolo, necesitaríamos un gobierno más fuerte, apoyado desde fuera para contrarrestar la acción  enemiga a la que no se puede, hoy por hoy, responder. Para lo que se ha de sacar, me parece excesivo el entusiasmo que se está derrochando.
Sentado en el suelo ante la amontonada historia, yo era el ser supremo organizador de los acontecimientos, conductor del fatum, hado yo mismo.







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