Tres de la madrugada. Ramalazos de viento tajan las calles. Vivo pisando cristales con los pies descalzos. La nada tiene prisa.
El
25 de enero de 1896 hice el viaje a Finlandia por ferrocarril a través de
Berlín, Könisberg y San Petersburgo.
En
Berlín – un cielo cruzado por catenarias negras, el suelo rayado por raíces relucientes,
vagones de madera y barracones rojos – conté más de cien uniformes diferentes y
vi el bigotudo busto del káiser Guillermo II por todas partes.
Könisberg,
sucia, silenciosa, anclada en el pasado desde que dejó de ser la capital de
Prusia, me gustó más que Berlín. En el recuerdo, dos puntos rojos y temblones
en los cristales de las gafas de un hombre sentado frente a mí cuando empiezo a
fumar un puro, un vendedor de periódicos
voceando por el andén y un humo denso de una vieja locomotora.
En
San Petersburgo la nieve cubría los árboles y los techos de las casas bajo un
cielo lechoso. Mientra esperaba la salida del tren visité su museo, paseé en
trineo por sus calles y me compré un “ruso” y un bonete de astracán.
Cuando
ya embarqué camino de Finlandia, leí en
el tren un fragmento de Así habló
Zaratustra y presentí que Nietzsche se solidarizaba conmigo:
‹‹
¡Huye, amigo mío, a tu soledad! Ensordecido te veo por el ruido de los grandes
hombres y acribillado por los aguijones de los pequeños. El bosque y la roca
saben callar dignamente contigo. Vuelve a ser igual que el árbol al que amas,
el árbol de amplias ramas: silencioso y atento pende sobre el mar. Donde acaba
la soledad, allí comienza el mercado; y donde comienza el mercado, allí
comienzan también el ruido de los grandes comediantes y el zumbido de las
moscas venenosas ››
Luego ojeé un periódico en el que se destacaban dos noticias: la
revuelta de las cigarreras de Sevilla y la incorporación a las tropas españolas
en Cuba de la enfermera granadina doña Concepción Camacho de Morales. Como el
viaje es lento, aunque el tiempo tiene prisa, me entretuve intentando adivinar
el sentido oculto de un cuadrado mágico que había encontrado Amelia entre los
materiales de construcción amontonados en la Sagrada Familia de Barcelona:
1 14 14 4
11
7 6 9
8 10 10 5
13
2 3 15
Estaba
claro que 33 era el resultado de todas las sumas horizontales y verticales.
Acabo de cumplir los 30 años, así que me faltan algo más de dos para cumplir la
magia marcada en el cuadrado.
Cuadrado mágico en la Sagrada Familia de Barcelona
Cuadrado mágico en la Sagrada Familia de Barcelona
Cuando
llegué a la capital finlandesa, después del largo viaje, lo primero que hice
fue tomar un baño en un establecimiento servido por jovencitas. Una de ellas me
desnudó, me llevó a la pila, y como si fuera un niño recién nacido, me
enjabonó, me lavó y me fregó de pies a cabeza sin omitir detalle. Luego me hizo
pasar por una serie de duchas frías y calientes, me frotó y cuando reaccioné me
ayudó a vestirme.
Este
oficio se reserva a las mujeres que ganan con él el pan de cada día. Estas
jóvenes ocupan el más bajo lugar en el escalafón de las mujeres trabajadoras en
Finlandia. Supe unas semanas después que muchas mujeres viven solas, trabajan
en oficinas, estudian o dan clases de idiomas, de música, de pintura. La
“kvinna”, la mujer finlandesa, mantiene el señorío sobre su persona. A mí estas
mujeres me encogen. Son ellas las que proponen el juego amoroso- el
kaerlek- cuando quieren, pues su corazón
les funciona como un cronómetro.
Comienzan
por hablar mal de los hombres, luego se compran una bicicleta y por último se
cortan el pelo. A mí estas mujeres me descolocan. En España tardaremos por lo
menos un siglo en alcanzar este tipo de féminas.
No
fue la “kvinna”, la mujer, lo que más me angustió en Finlandia, sino la falta de sol. Da
más luz el suelo nevado que el cielo gris. A veces una mancha rojiza marca un punto en el
cielo por donde el sol quiere asomarse.
Cuando
llegué, los campos, los lagos, el mar, todo estaba sepultado bajo la nieve. En
el paisaje silencioso el hombre pasa sin dejar rastro alguno. El espíritu
triste del país vaga solitario sobre planicies blancas, inacabables, sin hallar
refugio alguno donde acogerse. Hay un periodo pequeño de vida cuando llega el
verano y otro de muerte el resto del año; en la lucha entre ambos es la muerte
la que triunfa siempre. Cuando empieza a caer la nieve, la breve vida estival
se desvanece dejando tras de sí los árboles convertidos en mudos esqueletos.
Pasé
muy mal los primeros días en Helsingfors. Me sentí totalmente solo a cuarenta grados bajo cero y llegué a
sentir pánico de tanta soledad. La ciudad me pareció algo así como Granada, un
poco más fría que Amberes, pero sin lluvia.
Había
que marchar siempre en trineo a causa de la nieve. La ciudad me pareció un
primor con cada palacio que despatarra.
Me
instalé en el 21 de Nicolaigatan para después marchar a Brunnsparken, que es lo
mejor de la ciudad. Busqué una casa en un sitio elegido para vivir en una
especie de Alhambra, en un bosque rodeado de mar y sembrado de chalets de
madera, montados sobre una planta baja imitando roca.
Me
costó aclimatarme y no tuve tranquilidad de ánimo para emprender nada hasta
pasado cierto tiempo. Brunnsparken se convirtió en un bosque muerto a la orilla
de un mar, no sólo muerto, sino enterrado bajo montañas de nieve. Desde mi
ventana miraba la blancura muerta, caricia blanca para mis ojos, bajo horribles
huracanes que parecían anunciadores del juicio final. A cada momento me
figuraba que las casas iban a salir volando arrancadas de patillas.
En
Finlandia viví una suerte de sueño aletargado como reptil en digestión. ¡Cómo
llenarte soledad, sino contigo misma! El tiempo corrió veloz y yo sentí una no
discernida felicidad hasta que el sol de medianoche hizo los días
interminablemente embriagadores. Sólo alumbraron mi espíritu las auroras
boreales, amaneceres policromados arrastrados por el viento del Norte, paletas
de colores deslumbrantes en el horizonte.
En
Brunnsparken creé toda mi obra. Mi sensibilidad y mi espíritu se adelgazaron,
se depuraron entre las mil blancuras del infierno helado. El tiempo se condensó
y yo pude inmacular mi alma para ofrecer al mundo lo mejor de mí.
Y
ocurrió así porque la muerte es fecunda y crea la vida, y yo llevé en
Brunnsparken la muerte absoluta dentro de mi espíritu y me vi obligado a
trabajar, porque teniendo ya ideas de vida, que siempre son pequeñas y
miserables, creé con ideas de muerte que son amplias y nobles.
Así
mi obra fue naciendo entre el cándido blanco, el albor níveo, el blancuzco y el
blanquecino, entre el albor cano, el nacarado, el perlino, el plateado y el
lactescente horizonte del Báltico.
Y
nació Granada la bella, el primer tratado de estética urbanística y ciudadana, y proyecté el Libro de Granada para que participaran
mis amigos de la Cofradía del Avellano, y concluí La conquista del reino de Maya y resucité el Madrid de la calle
Tetuán 15 y vieron la luz Los trabajos
del infatigable creador Pío Cid y comencé el proyecto de muerte, de mi
muerte, en la obra de teatro El escultor
de su alma, que no creo ver representada nunca, y quise yo solo levantar España y como un estadista borracho, lejano, organicé todo un programa político
para la salvación de los míos, y mandé a Granada para publicar en “El Defensor
de Granada” mi Idearium y entrecrucé opiniones con mi amigo Miguel de
Unamuno y publicamos El porvenir de
España y hablé a mis amigos de literatura nórdica y les mandé Los hombres del Norte y les conté mi
visión de estas tierras y de su sociología sorprendente para mí en Cartas finlandesas.
En
este invierno helado exprimí mis entrañas y mi obra nació de la blancura de
Suomi, cuando las tierras ocultaban sus heridas con nieve bálsamo.
Me
sentí feliz en Brunnsparken cuando en el verano del 96 llegó Amelia con mi hijo.
Paseábamos por Parkgatan, recorríamos Puistokaku y desde aquí bajando hasta
Vasta Allen, muy cerca de Ehrenströmsv, contemplábamos el mar. Una vida nueva
removía su sangre azul y renacía de su sepultura blanca el corazón nuevo que
impulsaba la vida. Al atardecer, entre dos luces, el Báltico se ajedrezaba con
el negro profundo y el blanco de las olas.
Brunnsparken
Hay un hombre junto a un
jardincillo
que toca el acordeón.
Unas mujeres le arrojan unas
monedas.
Llueve plácidamente…
Vasta Allen me sabe a Granada.
Una vieja se acurruca en un portal
y extiende una mano.
En cada árbol renace la vida.
Yo, yo mismo, yo íngrimamente
mismo,
quiero hoy veintidós de junio de
1896
dejar constancia de mí.
Escribí
esto en un cuadernillo que llevo siempre. Brunnsparken estaba precioso el
verano del 96; también Granada debía estar inmensamente hermosa.
Contemplábamos
el sol de medianoche. Teníamos que correr las gruesas cortinas negras de toda la casa para simular la noche. Cuando vi a mi hijo dormido, sentí el paso de los días
como un inmenso pez de plata que escapaba de entre mis manos y me dolió el mordisco en el
corazón del jabalí del tiempo. Lo miré y
casi susurré una oración:
Porque apenas recuerdo ya tu edad
y tienes dos años, cuatro, cinco,
quince,
casi cuarenta años, y te me has
perdido…
¡Una red pescadores del Báltico,
Aurora boreal en Finlandia
Cuando Amelia y Ángel
Tristán se durmieron volví a leer los poemas a Mascha:
Belle
princesse aux cheveux d´or
languisante
dans cette tour maure
à
l´Alhambra de Grenade
écoute
ma serénade:
Je
suis un pauvre troubadour
qui
vague errant par le monde
aux
pieds de blessures profondes
au
coeur des souffrances d´amour [1]
A Mascha la descubrí al leer en un rincón del diario sueco
Hufvundstadsbladet un anuncio:
Enseñanza
práctica de alemán, inglés y ruso, será dada por M. Bergmann de Djakoffsky,
Brunsparken-22, de cuatro a cinco.
Mi profesora rubia me
enloqueció de amor desde la primera clase; le dirigí cartas incendiarias, pero
mi fuego chocó siempre contra su fría inteligencia. Acordé repasar con ella el
alemán que casi dominaba y aprender sueco y ruso para manejarme mejor en la
ciudad.
Retrato de Mascha Djakoffsky
Mascha era bellísima en el género rubio, pero más seria que
un chavo de especias. A mí me tenía por loco y no iba muy descaminada. Me
consideraba una especie de Quijote, pues no podía comprender que un hombre
fuera idealista y, al mismo tiempo, cometiera barbaridades y chiquilladas.
Pocos días después de mi llegada a Helsinki, la conocí.
Aquella madrugada, en soledad, temeroso
de mí mismo, escribí:
J´ai connu une femme étrange, de bonté si cruelle
qu´elle aimait délivrer de leur cage
les oiseaux
mais qui avec quelques coups secs de
ciseaux
devant de les lâcher elle leur coupait
les ailes.
(…)
Su traducción al español no me satisfizo tanto como la
versión francesa original:
Yo he conocido a una
mujer extraña, de bondad tan cruel
a la que le gustaba liberar de su jaula
a los pájaros
pero que con algunos golpes secos de
tijera
antes de dejarlos (en libertad) les
cortaba las alas.
(…)
Acordé, pues, escribir en francés el librillo Pensés mélancoliques et sauvages (Pensamientos melancólicos y salvajes). El ritmo de la lengua francesa y el pensamiento interior adquirido de
la misma me facilitaban expresar mejor mis sentimientos.
Cuando Mascha abandonó Helsingfors, yo sentí mi segunda
derrota, y pedí el tralado al consulado de Riga en Rusia, porque sin verla no
merecía la pena vivir.
Escribí a Nicolás María y le dije que era simple amistad, sin
mezcla de deseos impuros, la relación sostenida con la joven rusa, tipo
rarísimo de mujer rubia, de nariz respingona y de mirada limpia y curiosa.
Mentí, la deseé ardientemente:
Je m´accuse devant toi
très humblement
d´un mal que j´ai t´ai fait; j´étais
dormi
et je t´ai vue comme Eve au Paradis
et je t´ai mordue toute et t´ai fait du
sang.
No era inocente lo
escrito:
Yo me acuso ante ti
muy humildemente
de un daño que te he hecho; estaba
dormido
y te he visto como Eva en el Paraíso
y te he mordido toda hasta hacerte
sangrar.
Recuerdo parte de la
carta a mi amigo: “Creo, Nicolás, que no
soy malo, pero intuyo que alguien tuvo la culpa del hiperdesarrollo de mi
cerebro reptiliano, del infradesarrollo de mi cerebro límbico y de cierta
“normalidad” en el racional. Dicho de otra manera, Nicolás, mi cerebro animal
supera con creces a mi cerebro emocional y racional”. Los encargados de
repartir los chips cerebrales que vaya usted a saber quiénes son, a veces no
calculan bien y te animalizan más de la cuenta o te racionalizan un poco más de
lo debido. El pecado original, que de original creo que no tuvo nada, no fue
más que un exceso de cerebro reptiliano necesario para repoblar la granja azul,
después del meditado y programado desahucio bíblico.
Todavía
no puedo comprender lo que me ocurrió con aquel bichejo rubio. Mis ojos, mis
oídos, me hicieron conocer a Jonás Lie, a Bjornsterne Björrnson, a Henrik
Ibsen, a Arne Garborg, a J. Vilhem y a Knut Hamsun.
Todos
ellos son admirables, porque ella mágicamente me los dio a conocer. Todos ellos
no son más que una: Mascha Lie, Mascha Björnson, Mascha Ibsen, Mascha Garborg,
Mascha Vilhem, Mascha Hamsun. Mascha… Mascha… Mascha… Mascha…
A
la catalana-cubana Amelia Roldán que me conocía y me permitía - como compensación de las suyas - mis continuas
debilidades, no le gustó en absoluto mi enamoramiento (por ahí no pasaba) y por
eso me visita ahora con mayor frecuencia
acompañada de mi hijo.
El
desamor de Mascha me hizo pensar en pedir un nuevo destino y abandonar la
ciudad, pero mi mejor yo quedó en Brunnsparken, entre el viento huracanado, el
frío glacial y el Báltico.
[1] Bella
princesa de cabellos de oro / languideciendo en esta torre mora / en la
Alhambra de Granada /
Escucha mi serenata: / yo soy un pobre trovador / que
vaga errante por el mundo / con los pies con heridas profundas / y el corazón
(lleno) de sufrimientos amorosos.
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ResponderEliminarEn Brunnsparken creé toda mi obra. Mi sensibilidad y mi espíritu se adelgazaron, se depuraron entre las mil blancuras del infierno helado de Finlandia. El tiempo se condensó y yo pude inmacular mi alma para ofrecer al mundo lo mejor de mí.
ResponderEliminarMascha Djakoffsky contrajo cuatro veces matrimonio. Consecutivamente fue señora de Peter Bergmann, señora del publicista Wentzel Hagelstam, señora del artista Von Heiroth y señora de Travers-Bogstrom.
ResponderEliminarSin nostalgia no hay escritor. En Helsinki, Ganivet escribe siempre pensando en Granada.
ResponderEliminarEn Helsinki la enfermedad comienza a manifestarse con síntomas terroríficos: da saltos en la cama, como si sintiese en su espina dorsal escalofríos de pez.No puede contener sus muecas.Se siente perseguido. Son los gestos grotescos de la incipiente locura.
ResponderEliminarSólo alumbraron mi espíritu las auroras boreales, amaneceres policromados arrastrados por el viento del Norte, paletas de colores deslumbrantes en el horizonte.
ResponderEliminar"Ruso"- Gabán de paño grueso.
ResponderEliminarGanivet era quien presidía la granadina Cofradía del Avellano, un pre-98 que se reunía en la fuente del Avellano de la que la cofradía tomó el nombre.
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