domingo, 14 de enero de 2018

Capítulo 7. Operación Werther







              ÁNGEL TRISTÁN GANIVET ROLDÁN  Y MARÍA LUISA GANIVET ROLDÁN


Una tibia luz blanca inunda la habitación al filo de las once de la mañana. Me obsesiono con la persecución de la que soy objeto.


Se ha tramado una perfecta operación para suprimirme. Los organizadores son Von Hacken y Mr. Powers que está en relación con el consulado inglés en Gibraltar.

     La operación es vieja. Soy, por ahora, el español más lúcido y temen que mis consignas contenidas en El Idearium y en El Porvenir de España sean aplicadas contra el asqueroso poder colonizador. Conocen la ironía de Arimi en el Reino de Maya y temen que se cree una corriente de opinión contraria que les desmonte las piezas del negocio.

     He sabido que interfirieron el escrito de Almagro en el que se me comunicaba que la Unión Hispano-Mauritánica me había nombrado corresponsal en Riga con el fin de hacer propaganda africanófila.

     En tres ocasiones impidieron la publicación de La Conquista del reino de Maya, y en los disturbios promovidos por los socialistas en las jornadas de Amberes casi  consiguieron, en un provocado accidente, hacerme víctima ocasional cuando paseaba al atardecer por la Rue de la Justice.

     Posiblemente Hanna Rönnberg, la pintora, les facilitó informes sobre mí cuando vivía en Helsingfors. Si no hubiera sido así, qué se le pierde a una mujer en la casa de un antropoide granadino a quien no conocía nadie en Brunnsparken.

     Si no necesitaba de mí - me dijo no cuantas veces la solicité - ¿qué pretendía?, ¿sólo una habitación con vistas al mar helado y al solitario parque para poder pintar? ¡No! La trama, que se urdió en Amberes, continuó en Helsinki y ahora quieren eliminarme aquí en Riga. Sin embargo mi mayor capacidad intelectual, producto de mi paulatina transformación en psícope, los ha descubierto.

     Mi eliminación, milimétricamente prevista, responde a una muy inteligente operación: tratan en último término de forzarme al suicidio después de un progresivo envenenamiento con teobromina.

     Los documentos que prueban la verdad de la trama los estudié minuciosamente en casa del barón cuando este tuvo que ausentarse para dirigirse a Könisberg.

     Yo soy el objetivo de la OPERACIÓN WERTHER.

     Ya sabéis que ha tenido una gran difusión esta novelita de Goethe en la que las relaciones entre el amor y la muerte, el Eros-Thanatos descrito por el escritor alemán, provocó una epidemia de suicidios.

       Se pretende hacer creer a todos que las conocidas relaciones tormentosas entre Amelia y yo provocarán mi última decisión libre: rematar mi propia escultura hiriéndome con el cincel helado de las aguas del Dwina.

     Quienes me conocen bien pueden pensar que no hay, en absoluto, en mí desilusión ni débil hipersensibilidad de amante desengañado que me lleven a la autodestrucción.

        He recompuesto todos los datos perfectamente. Ya conocía Von Bruck todo lo relativo a mi persona el primer día que me presenté en su casa. Incluso las continuas infidelidades entre Amelia Roldán y  yo desde 1892 hasta 1898.


         El palacete en donde vivía el barón era señorial, tenía la fuerza fría de la voluntad que perdura sobre el tiempo. Me abrumó el sereno lujo arquitectónico del edificio siempre envuelto en el perfume de la música de Wolfgang Amadeus Mozart. Quedé admirado de la perfecta simetría de los patios, de los pasillos de mármol blanco, del ritmo de los elementos de adorno, de los ventanales con cristales venecianos que alumbraban los corredores.

          Desde la primera visita, siempre que subía al despacho de Von Bruck situado en la parte alta, me demoraba sintiéndome cobijado por la falsa nieve de la escalera en la que se apreciaba la magia del espíritu. Ya en el peldaño de arranque se revelaba el alma, el duende, la magia estética, la prodigiosa empatía: la presencia muda de la escalera era el primer discurso de Von Bruck.

           La escalera, inmersa en una caja en forma de prisma, era de las llamadas imperiales. Un primer tramo con nueve escalones llevaba a un descansillo y a un segundo tramo de siete, para llegar a una meseta que distribuía la subida en dos nuevos tiros a izquierda y a derecha. Cada uno de ellos estaba dividido en dos rellanos que separaban dos subtramos de siete peldaños.

         El anónimo constructor jugó con la magia de los números nueve y siete. La variatio arquitectónica encajonaba los dos primeros tramos de la escalinata, adosando los elementos a un muro almohadillado que recordaba el estilo de Machuca en el palacio de Carlos V de Granada. El tercer tiro dejaba libre la barandilla de piedra con paneles calados, puro encaje de mármol.

        Acostumbraba a subir por la izquierda degustando en cada tramo la perfección de la entabladura, la relación de la anchura útil de la huella con la contrahuella de cada uno de los peldaños macizos. En una de mis frecuentes visitas hasta medí la altura y la huella. Comprobé la suma perfección de la construcción, pues las dos alturas más la huella sumaban 63 centímetros. La estabilidad de los peldaños y su distribución, los anchos rellanos y los fríos pasamanos aseguraban un recorrido fácil sin cambios bruscos de dirección, un paso regular, tanto al subir como al bajar.

         La perfecta iluminación que desde la parte superior de la caja proporcionaban seis ventanas, tres en cada muro lateral, ayuntadas en su parte superior por sendos bustos en medio relieve sobre los que se descolgaban dos besantes, descubría la lámpara de plata que colgaba del florón central del techo y el mármol rayado por casi imperceptibles vetas grises, azuladas, amarillentas. Las hojas de acanto de los vértices superiores del cubo y las ménsulas de adorno anunciaban la planta noble en la que se situaba el gabinete de Von Bruck enfrentado a una barandilla de panel calado en cuyo centro inexplicablemente destacaba una apotropaica granada.

         Admirado del lenguaje arquitectónico, entraba en el despacho del barón en donde siempre sonaba la música de Mozart. La sencillez de la sobrepuerta daba paso a una decoración armoniosamente clásica: cuatro pilastras corintias adornaban el frontal; dos ocupando el centro y dos, los extremos. En los entrepaños dos misteriosas puertas, cubiertas por cortinas de terciopelo rojo oscuro, decoraban sus dinteles con un sencillo entablamento, sobre el que destacaban dos cornucopias rebosantes de flores y frutos que abrazaban un sencillo besante. las decorativas pilastras sostenían falsamente un entablamento que ocupaba todo el paño, en el que resaltaban cuatro cabezas sobre el friso, limitadoras de una leyenda central: LERNE, DU WIRST LEITEND SEIN.

         La armoniosa decoración se repetía por la amplísima estancia. Sobre el lateral dos magníficos ventanales eran los ojos del edificio sobre el Dwina. En el friso corrido doce personajes daban noticia de sí desde la altura. Quevedo, el primero, nos aseguraba que ' Donde hay poca justicia es un peligro tener razón'; Góngora hablaba de imposibles: 'Oh, cuánto yerra delfín que sigue en agua corza en tierra'; Cervantes conciliador entre ambos trataba de imponer su pensamiento con su 'Feliz quien ignora estas dos palabras de tuyo y mío'; una suerte de orgullo meritocrático se desprendía de las palabras de Anatole France: 'La independencia del pensamiento es la más orgullosa aristocracia' ; Shakespeare aconsejaba: 'Presta a todos tus oídos, pero a pocos tu voz'; 'Mezcla a tu prudencia un gramo de locura', recomendaba el poeta latino Horacio; Juan Ruiz de Cisneros se deprimía en la altura: ' Todo tu afán será sombra de luna'; Goethe recetaba: ' Contra la estupidez humana hasta los dioses luchan en vano'; sentenciaba Séneca que ' Está en el alma del hombre odiar a los que hemos ofendido'; Friedrich von Schiller sobrevaloraba la metáfora, el traslado, el arjal: ' Sólo la fantasía permanece siempre joven, lo que no ha ocurrido jamás no envejece nunca' y Jean Paul Richter hablaba de un único oasis: 'El recuerdo es el único paraíso del que no podemos ser expulsados'.

        Von Bruck, sin saberlo, se retrataba ante el visitante que detenidamente leía los pensamientos en tesela conformadores del mosaico de su personalidad: desconfianza, un cierto comunismo evangélico, fe en la obra artística, soberbia, senequismo, nostalgia, independencia, ironía.

         Sorprendía en el gabinete el lujo de la decoración. Mantenía Von Bruck que al hombre sólo lo salvan las formas. El escritorio de palisandro con soporte de hermas, cuyas cabezas eran filósofos y esfinges, llevaba la firma de Thomas Chippendale y ocupaba la parte frontal de la estancia. Al fondo un tresillo rodeaba una lujosísima mesa de ajedrez de marquetería anglo-india. En el lateral derecho junto al primer ventanal, una mesa redonda con soporte central de madera dorada y superficie de nogal, de borde funicular, era el lugar de reunión de quienes pasábamos por ser sus amigos. Sentados en cómodas sillas de madera satinada, policromada, con respaldo de escudo, la amistosa charla se dilataba desde las tres hasta las siete.

         Nuestro hospitalario y culto amigo nos obsequiaba cada tarde con un riquísimo chocolate. El centro de la reunión por unos momentos era la humeante y plateada chocolatera genovesa con asa de madera y con la parte superior de la tapadera en forma de bellota. Von Bruck, perfecto conocedor de la literatura española y amante de la literatura francesa, tenía minuciosamente organizada su diaria actividad: desde las nueve de la mañana hasta las doce del mediodía escribía en una vieja tablilla, tumbado en la cama, almorzaba a las doce y treinta minutos; mantenía la tertulia cada tarde; cenaba a las ocho y seguía escribiendo en la cama de once a una media de la madrugada.

        Al despedirme, inconscientemente me detenía ante el tapiz de las Bacantes de François Boucher que completaba con los tapices laterales la serie de los Amores de los Dioses. Luego miraba distraídamente algunos libros de la estantería que ocupaba todo el muro izquierdo: El Libro de Buen Amor de Juan Ruiz de Cisneros, Lazarillo, El Quijote, Las Glosas de Sabiduría de Shem Tob, el Polifemo de Góngora, Hamlet, El Derecho Público en Roma, las Lecciones de Derecho Civil, un diccionario de términos jurídicos, una antología de cuentos rusos, Handwörterbuch Spanisch-Deutsch / Deutsch- Spanisch, Eugénie Grandet de Balzac...

        Von Bruck conocía todos mis gustos. La tarde de mi primera visita el barón, engolándose, se dirigió a mí mientras la städerska nos servía una taza de chocolate.

        - Querido Ángel, tomemos la bebida de Quatzalcoltl, el jardinero del cielo, quien después de abandonar el edén, donde moraban los primeros hijos del sol, trajo a la tierra las simientes del cacao, árbol divino que procura un alimento de dioses. ¿Sabía, usted, mi ilustre cónsul, que los mejicanos convirtieron el cacao en planta alimenticia por excelencia y que sus frutos hacían las veces de moneda? Me sorprendía el tono cursi que adoptaba mi interlocutor mientras paseaba frotándose las manos. 

             - Seguro que ignora que su sistema monetario tenía tres unidades: el countl, equivalente a cuatrocientas bayas de cacao; el xiquipil que valía doscientos countles y la carga que tenía el valor de tres xiquipiles, veinticuatro mil bayas... Pero dejemos la erudición y tomemos nuestra taza.

            ¡Menudo tostón!, pensé. Yo sabía, además de eso, que chocolatl significa agua de cacao y que está formada de choco ´cacao´y de latl ´agua´. También pude decirle que el emperador Moctezuma tomaba diariamente cincuenta tazas, pero opté por sentarme y saborear el agua de cacao en una primorosa jícara de porcelana blanca con una leyenda: ´Chiado-Lisboa´. Recordé a Alface que acababa de enviarme su libro Excursión al monte de Venus, primer premio de la revista erótica "O sorriso do coelho".

         Lo que no se atrevió a decir Von Bruck fue que el poder estimulante del cacao se debe a un alcaloide que se conoce con el nombre de teobromina. Sólo un gramo de esta sustancia suministrado a un conejo basta para ocasionarle la parálisis de la médula espinal y la muerte en menos de veinticuatro horas.

         El proyecto Werther pretendía ocasionarme una parálisis progresiva potenciando el contenido relativamente pequeño de teobromina de una diaria taza de chocolate con un alcaloide mezclado en la pasta de harina miel y nata de los dulces. Mi dulce afición granadina acabaría perdiéndome.

      Pienso, como prueba de mi forzado suicidio, dejar las servilletas manchadas para que así mi familia pueda un día aclarar toda la trama que se ha urdido contra mí y dejar limpio mi nombre.

          El alcaloide que mezclaban a la pasta era, según descifré en el manuscrito en el que se describía pormenorizadamente la operación, el denominado conina que mezclaban con mayor facilidad por ser líquido.

       Cuando hago memoria de lo que me sucede son las once y veinte en Hagemberg.

         Desde que lo supe no duermo ni, por supuesto, pruebo bocado hasta que Amelia no se presente con el niño. Me escribió diciéndome que llegaría hoy a las cuatro de la tarde y mis hermanas me han confirmado la noticia, han salido de España el día veintidós. Ya he comunicado a la embajada de San Petersburgo que Amelia Roldán y mis 'dos hijos' llegarían el 29 de noviembre.



        He preparado en mi pequeño despacho distintos contravenenos por si se presentan síntomas indicativos de que he sido envenenado, así como también indicaciones para que quien se presente pueda salvar mi vida. Voy a dejar una nota fijada en el cristal de la ventana:

       Para expulsar del estómago el tósigo, debéis hacerme cosquillas en la parte posterior de la garganta; en la repisa verde del aseo hay vinagre en un vaso pequeño y jugo de limón en la botella que está junto al vaso, por si el envenenamiento pretenden realizarlo, tal como he visto en el plan, con un alcaloide. Ahora bien si sospechan que estoy al tanto del asunto,pretenderán utilizar un ácido fuerte. Entonces deberías hacerme tragar magnesia calcinada que guardo en el cajón central de la mesilla de noche en mi dormitorio, o bien  bicarbonato, yeso o cal, que guardo en la parte superior.

        
¡Dios mío, cuánto abandono!
        ¡Un hombre no puede quebrarse así!
        ¡Tanto esfuerzo, Dios mío!

        Vuelvo de nuevo a hacer balance de mi vida y me enredo en el recuerdo de mi "primera oposición". Conseguí en el Instituto General y Técnico de Granada una ayuda de quinientas pesetas que me entregó don Benito Ventué y Peralta, secretario del centro.

      Una inmensa satisfacción nos embargaba a todos los premiados: Carlos Vigil de Quiñones y Alfaro, Manuel Deleito Maroto, Emilio López Osorio, José Martín Barrales, José Casado García, Joaquín Orense Talavera, Francisco Olmedo Martínez, Francisco Ordóñez Morales y yo mismo.

       Recuerdo que fuimos a celebrarlo a la Fonda Europa y por catorce reales almorzamos "divinamente", según repetía Deleito.¿Qué habrá sido de ellos? ¿Ubi sunt?

        La historia de la humanidad es un escrito anónimo donde todo es recuerdo de la muerte. ¿Quién salva nuestra inconsistencia de náufragos arrojados en el mar de la sólo teórica libertad?

      ¿Quiénes fueron los míos?, ¿qué cadena de sangre me trajo aquí?, ¿ante quién se humillaron?, ¿cómo eran?, ¿qué calle los vio pasar?, ¿qué árboles fueron papel-mensaje al corazón grabado?, ¿cuándo sintieron el primer frío de acero tenso del grito?, ¿dónde los míos? Estoy aquí, solitario y anónimo, sin señales, aquí en Riga sorprendiéndome vivo.

        Los míos, campesinos irredentos, interrogantes mudos entre el cielo y el suelo, bíblicos, impasibles, no amasaron el pan pues nunca el pan fue suyo, y quedaron perdidos allí en el Sur-Infierno, testigos ante los  malos vientos, perdida la blanca nieve del algodón en flor, el bieldo y la galera, roto ya el abacá de la esperanza.

    Vuelvo a releer el manuscrito. Es preciso que descifre su contenido. Sus últimas indicaciones estaban escritas en ruso. Hice el esfuerzo de traducirlas, pues pensaba que en ellas se contendrían las órdenes más precisas.

       Busqué los tres libros de Gramática Rusa que Mascha me había regalado y un diccionario pequeño que encontré en la librería Petersson de Helsingfors.

      Tenía ante mí un trabajo impresionante y me ensimismé en él con la misma ilusión de juventud, con la misma inquietud con la que recibí mi primera clase de Lengua Francesa en 1886.

       Me autonovelé y perdí todo el temor.
       La nota  final manuscrita del documento decía:


 Вéра - нýжно кóнчить - скóро нри испáнскии -
 он один грустить нýжно  кормлю  химик  врау
 как  раз  чéреэ недéлю  парóль  вэртэр час - 
 в3  часоэ  ноябрь -  день  срeдá  гибель -
 корáбль  при рекá



        El mayor desasosiego no lo produce el hecho de morirse, sino cuándo y dónde. La pequeña nota final del manuscrito, que  relataba hasta el más mínimo detalle de la operación y que descubrí por casualidad en un secreter de la mesa del despacho de Von Bruck, no resultaba fácil de descifrar ya que estaba escrita con los caracteres cirílicos de la lengua rusa. Con mi nunca desfallecida voluntad comencé a traducir el texto. Para facilitar su lectura lo transcribí fonéticamente:


Bera - Núzno konchitl - skópo pri ispanskií -
on odín grustit nuzno kormlju ximik vrau
kak ras cheree njedjelju paról Berter chas
V3 chasoz nojabrie djen sredá gibjel 
korábl pri rjeká

        
La primera palabra, Bépa, me llevó casi un día hasta que por fin pude apreciar su verdadero significado. El diccionario traducía ´fe´, y era muy difícil saber por qué en el texto se aludía a la fe. Mis conversaciones con Von Bruck fueron, en ocasiones, relativas a mi viejo problema de fe, a mi trágico vacío religioso, a mi marginación de Dios. Von Bruck se admiraba de mis largos parlamentos y prestaba callada atención:

- En el fondo, las formas superiores del simbolismo intelectual son agradables pasatiempos, sin razón y sin objeto porque no pueden tenerlos las cosas humanas si el hombre mismo no las tiene. 
Von Bruck callaba.

 -Todo perece, al fin y al cabo, y sólo queda como trabajo útil el sostenimiento de la especie al que contribuyen los hombres menos cultos con mejor resultado que los sabios y artistas.

- Cuando uno no cree en nada y no desea nada, se queda uno en la gloria. En cuanto al pesimismo del Kempis, ríete de él. ¿Qué pesimismo puede haber en quien cree? El que vive en Dios no tiene necesidad de otras menudencias. Para ser pesimista hay que no creer en nada y empeñarse en concebir el mundo como algo serio, en el que el hombre tiene que tocar el pito y no sabe cómo.
Von Bruck callaba.

- Conste que yo no creo ni quiero creer por ahora. Llegaré un día a encerrarme en un castillo y a no creer ni en la existencia de los hombres.

       El barón, casi siempre, planteado el tema me seguía la corriente, y así discurrían las frías horas de Riga.

         No obstante, averigüé, que no eran alusiones a mi problema de fe lo que encerraba la palabra inicial. Descubrí en un apéndice de la gramática rusa una lista de  nombres propios rusos femeninos y me entretuve viendo algunos de ellos y analizando sus llamativas formas


Алексáндра Alejandra        Анна         Anna
Антонина   Antonina           Варвáра    Bárbara
Вера            Bera                  Лариса       Larisa
Мария        María                Наталья      Natalia
Ольга         Olga                  Софья          Sofía


De los 32 nombres que aparecían en el apéndice, efectivamente Bera era uno de ellos. Me faltaba saber quién era esa misteriosa mujer a la que se dirigía el mensaje. Continué la penosa traducción y por fin pude leer el aterrador documento, ya intuido como terrible desde el principio.

       El texto decía: Bera, es necesario acabar pronto con el español. Está solo y se siente triste. el médico debe darle el producto químico justamente dentro de esta semana. Santo y seña: Werther. Hora: las tres, noviembre, día martes 17. Muerte, barco en el río.

Desasosegado, me dispuse a escribir una carta a quien yo suponía pieza importante en la trama que se disponía a eliminarme. Cogí pluma y papel y dirigí el escrito de salvación a Mr. Powers. Previamente releí la carta que L. Powers me había dirigido desde el Hotel de Rome.

    Muy Sr. mío y distinguido amigo:
    Siento muchísimo decirle que no me es posible complacerle según me pide en su esquela de anoche. No podré acudir a su casa entre las diez y las once de la mañana, pues me encuentro bastante indispuesto, habiendo pasado una noche algo mala, pues me temo que he cogido un poco de frío, pero si usted me quiere hacer el favor de pasar a esta fonda le estaré muy agradecido.
    Se despide de usted affmo y ss. q. b. s. m.
    Luis Powers, Vicecónsul de Rusia en Gibraltar.

    No sabía qué determinación tomar. ¿Podría dirigirme a Von Hacken? Siempre la sombra de Amelia turba las más puras ilusiones de amor. La hermana de Von Hacken tiene la inmensa dulzura de estas tierras. Ir al Hotel de Roma me parecía muy arriesgado; un accidente podría acabar conmigo. No iré.

       ¿Qué hacer?, ¿adónde huir ahora? Por todas partes me vigilan y, sin embargo, nadie cree mis temores. ¡Dios mío, cuánto abandono! 
       
        Por fin, le escribí:

      Muy Sr. mío y distinguido amigo: 
   Me es imposible acudir al hotel, pues estoy verdaderamente ocupado; a las cuatro llegan mi mujer y mi hijo; antes debo arreglar unos asuntos en el Consulado.
     Podíamos tratar el asunto en el vapor que cruza el río alrededor de las tres y media. Espero que las pequeñas molestias que padece no le impidan estar presente.
     Saludos.
     Ángel Ganivet, Cónsul de España en Riga.

     Aguanté como pude todo mi miedo. Descubrí que no debía ser yo el centro de la trama, porque de otra manera habría muerto ya. En efecto, miré mi agenda, regalo de mis amigos granadinos, y después de comprobar que era martes, vi que 'estábamos' a 29 de noviembre de 1898. (¿A cuánto estamos hoy, Ángel?, recordé a mi madre que continuamente preguntaba la fecha).

    Si el manuscrito fijaba el 17 de noviembrre, resultaba claro que habían sido alucinaciones de mi cabeza, algo flaca últimamente, las alarmantes y bien urdidas amenazas.

    Me tranquilicé bastante y me preparé para ir hasta la oficina del Consulado y resolver algunos asuntillos antes de que llegara Amelia. 
   
   Me dirigí al vaporcillo que cruzaba el Dwina y miré el reloj mientras esperaba su salida. Eran las tres menos diez minutos (me intranquilicé por momentos, pero volvía a pensar en la fecha ya pasada según mis cálculos).

    Hacía frío. En el barco, las mañanas desapacibles acostumbraban a ofrecer a los pasajeros una taza de té bien caliente. Acepté la humeante taza de té como todos los demás viajeros.

   El barco zarpó para su pequeño y monótono viaje.
   - Bera, oí gritar al capitán del barquichuelo que se había situado ya en el centro del río.

   Se me heló la sangre, sentí fuego en el estómago,tambaleándome pude todavía ver en la popa del barquito a Mr. Powers, sonriente...

    Luego… una eterna sed de agua.

    En la mugrienta madera del puente, agitado por el viento frío del otoño, un calendario ruso marcaba en rojo el día 17 de noviembre de 1898.
     
        

  
            
       

     

14 comentarios:

  1. Aunque el razonamiento de Ganivet se apoya en datos ciertos, la manía persecutoria deriva de su deteriorado estado mental que le hace incluso imaginar su conversión en psícope, un extraño ser de cabeza gigantesca apoyada en un solo músculo como única pierna.

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  2. La granada es un símbolo masón. La unión de los granos está protegida por la fortaleza de la cáscara. El valor de la comunidad protegida.

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  3. LERNE, DU WIRST LEITEND SEIN ´Estudia, tú serás un dirigente´.

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  4. Góngora hablaba de imposibles: ' Oh cuánto yerra delfín que sigue en agua corza en tierra'; Cervantes conciliador trataba de imponer su pensamiento: 'Feliz quien ignora estas dos palabras de tuyo y mío'.

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  5. Johann Wolfgang von Goethe, poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán, nació el 28 de agosto de 1749 en Francfort del Meno y murió en Weimar el 22 de marzo de 1832.

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  6. El poder estimulante del cacao se debe a un alcaloide que se conoce con el nombre de teobromina.

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  7. ¿Quiénes fueron los míos?, ¿qué cadena de sangre los trajo aquí?, ¿ante quién se humillaron?, ¿cómo eran?, ¿qué calle los vio pasar?, ¿qué árboles fueron papel-mensaje al corazón grabado?, ¿cuándo sintieron el primer frío de acero tenso del grito?, ¿dónde los míos? Estoy aquí, solitario y anónimo, sin señales, aquí en Riga sorprendiéndome vivo.

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  8. Mi última decisión libre será rematar mi propia escultura hiriéndome con el cincel helado de las aguas del Dwina.

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  9. Pude ver en el piso de las sobrinas de Ángel Ganivet de la avenida Cervantes de Granada, las servilletas manchadas de las que hablaba el escritor granadino.

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  10. El palacete de Von Bruck descrito en la novela es el de la institución granadina "Padre Suárez" situada en la Gran Vía de Colón número 61 de la ciudad de los cármenes.

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  11. El 17 de noviembre de 1898 en todos los hogares de Rusia se correspondía con el 29 de noviembre de 1898 en España.

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  12. Ángel Ganivet se suicidó sin saber que Amelia Roldán, su mujer y posiblemente esposa (hay ciertos datos sin comprobar fehacientemente que acreditarían su matrimonio) estaba en Madrid, embarazada del tenor Angelo Angielotti, mientras él residía en Riga.

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  13. Angelo Angielotti era el pseudónimo de Jaime Bachs y Rosés, nombre auténtico del barítono, muerto en Barcelona el 14 de marzo de 1909.

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  14. Los míos, campesinos irredentos, interrogantes mudos entre el cielo y el suelo, bíblicos, impasibles, no amasaron el pan, pues nunca el pan fue suyo, y quedaron perdidos en el Sur-Infierno, testigos ante los malos vientos, perdida la blanca nieve del algodón en flor, el bieldo y la galera,roto ya el abacá de la esperanza.

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