miércoles, 4 de enero de 2017

Capítulo 4 (2ª parte) - Helsinki. La huida al Norte.




Ganivet, el solitario de Brunnsparken
(Biografía novelada)
_______________
    Capítulo 4 (2.ª parte)



Bélgica, en el tiempo que estuve allí, se había convertido en una salvaje potencia colonizadora. Los belgas fueron los mayores saqueadores del continente africano. En el Consulado tuvimos la certeza de las atrocidades que se cometían cuando leímos la carta del coronel estadounidense George W. Williams en la que detalladamente se narraba la tragedia del Congo. La gente, que nunca se entera de nada, aclamaba a los ejércitos venidos de África. Su coja majestad el rey Leopoldo, un sanguinario depredador, presidía brillantísimas paradas militares mientras los hombres morían en el Congo de fiebre amarilla, de muerte violenta o de nostalgia. Los poderosos del mundo siempre sacrifican en sus lujosos tableros de ajedrez a los infelices peones de la Tierra, ignorando que son los que al final te facilitan la victoria.

         En mi calidad de vicecónsul visité en el hospital de Bruselas a Agatón Tinoco, que así se llamaba el nicaragüense obligado a buscar un pedazo de pan por todo el mundo. Los negreros de la “civilización europea” los utilizan hasta que atacados por la fiebre amarilla no son más que un esqueleto ocre. Luego a los pocos días, nada.

         La explotación que se hacía en el Congo y la muerte lamentable del mercenario Tinoco, despertaron en mí el interés por la colonización de África, un asqueroso saqueo que con el tiempo se cobrará venganza. África es el continente que me simpatiza más. Pensé escribir, por ello, una obra que reflejase la miserable condición de los pueblos esclavizados del continente negro.



                                 Puerto de Amberes en 1893



         Así inicié mi novela La conquista del reino de Maya que no logré terminar hasta llegar a Brunnsparken. Sin embargo, todo el proyecto inicial surgió aquí en Amberes. Perfeccioné el inglés y pude leer los viajes de Stanley, un lamentable personaje que me ha parecido inculto y cruel. En las librerías de viejo encontré ediciones curiosas en alemán, francés e inglés de poemas africanos bellísimos. Algunos no pude traducirlos, pero su musicalidad oscura con vocales cerradas, consonantes nasales y velares me atraía:


¿Kuno kunena kwa nini, kukanikomeya kuno?
¿Kwani kunena kunani, kukashikwa kani vino?
Kani iso na kiini, na kuninuniya mno
Kanama nako kunena, kwaonekana ni kuwi.


Otros pude traducirlos del inglés. En todos se apreciaba la idéntica condición humana en toda la tierra. Una canción de cuna me emocionó:


  Duérmete mi niño y no llores.
  Te traeré un sapo
  del campo de Awutu.
  Duérmete mi niño y no llores.
  No llores  mi niño;
  Tu madre fue a la charca
  con su gran pecho.
  No llores mi niño;
  Pronto ella vendrá
  con su gran pecho…
  ¿Por qué lloras, Arú?
  Una espina nunca pincha el pie de un niño.
  ¿No te cargo siempre sobre mi espalda?
  ¿Por qué lloras, Arú?


El enternecimiento que me produjo la lectura de la canción de cuna se multiplicó al traducir una canción akan:


Alguien desearía tenerte como hijo,
pero eres mío.
Alguien desearía criarte en una estera costosa,
pero eres mío.
Alguien desearía ponerte en una manta de camello,
pero eres mío.
Tengo que criarte en una estera vieja y rota.
Alguien desearía tenerte como hijo,
pero eres mío.


En este tiempo de estudio de las costumbres africanas, sentí deseos de visitar el Congo para poder apreciar la filosofía de la vida de los seres más humillados del planeta, la marca negra de la vergüenza de la Tierra, la paciencia de siglos de los seres más ofendidos de este inmisericorde planeta azul. Hombres que siguen cociendo una piedra hasta que beben su caldo, que aún siguen pensando que el remedio del hombre es el hombre y que cada uno de nosotros se hace hombre por los demás.

Ignoran, pobres africanos, que son víctimas de la insaciable pantera europea y no comprenden que quien es víctima de la despreciable pantera no debe esperar buen trato.

Sí… sienten miedo de siglos a los grandes lobos de la humanidad y sí conocen perfectamente que el pensamiento del lobo culto europeo basta para matar a una oveja.

Desafortunados africanos que saben que los hombres mezquinos son tan comunes como los árboles en el bosque y que el agua del río corre sin oír al hombre que tiene sed.

Estudié los síntomas de la fiebre africana tal como la describían los exploradores. Pasé un mes en la cama con todos los síntomas que acompañan  a la enfermedad. Me preocupé por mí al fingir el mal, pues comprendí que algo se estaba rompiendo en mi mente como diagnosticó el doctor Friedman. La neurosífilis estaba avanzando. Usé la técnica del avestruz: ignorarla.

Otro de los motivos de disgusto que tuve en Amberes fue el de los robos que cometía el canciller en el Consulado. Este - un tipo bastante abrochado, de nariz acaballada, acebonado, achinado de la mejilla izquierda - no tenía nada suyo, todo era robado. Siempre al acecho, aprovechaba cualquier ocasión para sus continuos trapicheos, desde la falsificación de los libros de registros hasta las irregularidades contables más evidentes, pasando por la justificación de gastos imposibles con facturas que sus amigos le proporcionaban.

El cónsul, que era una excelente persona, era un Salomón inverso, un perfecto idiota que no se enteraba de nada de lo que pasaba en  el Consulado.

Yo, al día siguiente de llegar, cogí al canciller en un renuncio y enseguida me puse en alerta y me convencí de que se cometían verdaderos robos, y no de cosas pequeñas, sino hasta de las más gordas: algunos barcos pasaban por la bocamanga.

El politiqueo impone a estos impresentables. La ineficacia del parlamentarismo es tal que el Congreso podría ser sustituido por una habitación llena con monos. El poder financiero está por encima de los monos que se limitan a obedecer y a gestionarse unas perrillas con una Constitución que los ampara y que es propia, personal e intransferible. La llevan todos y tiene un solo artículo en el que claramente se dice: artículo 1. Este español hace lo que le da la gana.

        En España hay suerte pues a pesar de todo en el 50% de los casos las ineficaces gestiones se arreglan solas, dejando pasar el tiempo: Confía en el tiempo que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades, decía Cervantes; pero, si algo sale mal, acuden de nuevo a don Miguel que les presta a los monos y a los directores de los monos del circo nacional otra frase de su Quijote: No por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido.

El canciller comprendió que yo veía claro y me vino a proponer el trapicheo. En apariencia me dejé querer para enterarme de todo. Cuando estuve bien informado, creí que alguien tenía que ser honrado y sentí que me tocaba a mí el papel de redentor que es el papel que menos me gusta de todos. Así que después de una larga entrevista con el cónsul, este me dio carta blanca para meter en cintura al caballero a quien no quise perjudicar más de lo debido porque tenía un familión.

Es una vergüenza verse uno obligado a llegar a estos términos; pero en España, tratándose de dinero público, todo el mundo cree que tiene derecho a robar, pues dicen que la patria es un presidio suelto y que es ridículo andarse con escrúpulos en la casa de Monipodio[1].

El cónsul, hombre de espíritu demasiado pequeño, no hizo nada porque el “pieza” del canciller militaba en el partido gobernante en esos momentos en España. Después de todo el trajín, yo quedé como perro apaleado por ladrar a los ladrones que asaltaban el cortijo. Comprendí que la vida es muy peligrosa no por las personas que hacen mal, sino por las que se sientan a ver qué pasa.

El asunto terminó con derivaciones  de risa escandalosa: la suegra del cónsul, mujer fea con avaricia a las que en Granada llaman “afianzada”, es decir, unos dos o tres grados por encima de la fealdad, se puso conmigo a pie echado. El ladrón del canciller se dedicó, en defensa propia, a calumniarme ante todos y en cualquier sitio.

Se creó por tanto una atmósfera irrespirable y no precisamente por los veinte puros diarios que me fumaba. Esto pasa por bregar con cierta gente; no hay cosa que más me moleste que estar arma al brazo contra los demás. 

Lamentablemente, parece que en España sea obra de romanos poner las cosas en orden y todo por no cortar por lo sano mandando a paseo al que no quiera marchar derecho. España acabará sacrificando a un millón de inocentes en una guerra sin sentido por la locura prolongada en la que se ha instalado con toda esta gentuza sin sentimientos.

El malestar había crecido con el martilleo de mi enfermedad y con su posible solución, el suicidio. Entre el suicidio y la humillación profunda de la enfermedad que te convierte en guiñapo, hay que optar por lo primero. Siempre apoyé la idea del suicidio. Siendo estudiante de Derecho en la Universidad granadina, un compañero de curso se pegó un tiro delante de la verja de su novia. A don Ángel Manjón, catedrático de Derecho Canónico, no se le ocurrió otra cosa que hacernos rezar a todos en coro por el alma del suicida; yo abandoné el aula. Tengo la costumbre de arreglar mi vida no como la sociedad  dispone; sino como yo quiero.

      Conocí en Bruselas una historia que me interesó: había muerto una mujer y luego su hijo por falta de una porción de cosas indispensables. El marido vendió algunos trastos, se compró una pistola, se acostó en la cama de matrimonio y se hizo polvo la cabeza. Esto es ser poeta a su modo: una sola frase escrita por el cañón de una pistola. El ser humano se mueve en dos procesos libres y simultáneos, uno de construcción y otro de destrucción

Era preciso huir de todos y de todo, huir al Norte. Mi madre, amiga y consejera, había muerto. Sólo le agradezco a Amberes la noticia del nacimiento de mi hijo después de una terrible noche de insomnio. Recibí carta desde París al amanecer del día 30 de noviembre. Una capa de nieve había dejado el paisaje inmaculado. Se había alzado ´victorioso´ frente a la nada. Recorrí el piso llorando en soledad durante una hora. Nunca las lágrimas expresaron mejor la alegría. Luego, por haber alumbrado a mi hijo, busqué el poema dedicado a Amelia:


¡Cuántas veces me has dicho, amada mía,
“¡Componme una poesía
sobre la historia de nuestros amores!”
Y yo te respondía:
“¿Cómo, sin sembrar plantas, buscas flores?”



       


Doña Ángeles García Siles, madre de Ángel Ganivet

                                                      Tarjetas de visita de Ángel Ganivet y de Amelia Roldán


Comprendí que era  ´becquerianamente´ malo y me enfadó no dejar un poema bien construido para ser recordado por los demás.

A los pocos días pedí el consulado de Helsinki y se me concedió el traslado a la capital de Finlandia, un país llagado por sus lagos, plomizo, gris, helado, solo. El silencio blanco me ayudaría a pensar. ¡Hay allí tanta soledad, que las palabras se suicidan!

Le escribí a Amelia desde la soledad de Helsinki el poema que pensé que le  debía. Lo hice en francés que creo que he llegado a dominar hasta incluso poéticamente:

Tous les jours, quand tu te lèves
mon portrait regarde
et pense à moi.
Je regarde la tien et rêve
quand la tête gaillarde
gentille, je vois.

Je te donne un gros baiser
c´est ma prière du jour
que je t´envoie,
¿Dis-moi, Amelie, bien aimée
si ce message d´amour
arrive à toi?

El 6 de enero de 1896 recibí el nombramiento para ocupar el Consulado de España en Helsingfors, pues rechacé el de Perpignan para el que ya estaba nombrado. Amelia se marchó a vivir a Barcelona al número 24 de la calle Aribau.

Y por todo esto y por otras cosillas que no digo dejé Amberes.




[1] Monipodio. Grupo de estafadores o ladrones mínimamente organizado.
 2 Todos los días, cuando te levantes / mira mi retrato / y piensa en mí. / Yo miro el tuyo y  (te) sueño /cuando veo tu elegante cabeza. / Yo te mando un ´besazo´ / es mi primera oración del día / lo que  te envío / ¿Dime, Amelia, bien amada / si este mensaje de amor / llega hasta ti? /



10 comentarios:

  1. En España si algo sale mal se le pide prestada una frase a Cervantes escrita en la primera parte del Quijote: "No por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido".

    ResponderEliminar
  2. Sabemos que los hombres mezquinos son tan comunes como los árboles en el bosque y que el agua del río corre sin oír al hombre que tiene sed.

    ResponderEliminar
  3. En España, todos llevamos una constitución en el bolsillo con un solo artículo que dice: "Este español hace lo que le da la gana".

    ResponderEliminar
  4. Amelia Roldán vivió en Barcelona en la calle Aribau, número 24/4º/4ª puerta izquierda. Antes de morir quemó toda la correspondencia con Ganivet. Una parte de la historia se perdió irremediablemente.

    ResponderEliminar
  5. Una sola frase escrita por el cañón de una pistola te convierte, de alguna manera, en poeta romántico.

    ResponderEliminar
  6. ¡En Suomi hace tanta soledad, que las palabras se suicidan!

    ResponderEliminar
  7. Desde la carta del coronel estadounidense George W. Williams titulada ´La tragedia del Congo´, el saqueo carnicero del Congo belga ha sido novelado por Mark Twain´El soliloquio del rey Leopoldo´, Joseph Conrad ´El corazón de las tinieblas´, Bernardo Atxaga ´Siete casas en Francia´, Adam Hochschild ´El fantasma del rey Leopoldo´ y Vargas Llosa en ´El sueño del celta´.

    ResponderEliminar
  8. "Huye, amigo mío, a tu soledad. Te veo acribillado por moscas venenosas". (F. Nietzsche)

    ResponderEliminar
  9. Confía en el tiempo que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades, decía Cervantes

    ResponderEliminar
  10. "El ser humano se mueve en dos procesos libres y simultáneos, uno de construcción y otro de destrucción".

    ResponderEliminar